Por el buen camino

Fecha publicación: 2017-01-24

Temas: Economía española, Economia Global, Exportación, Internacionalización


El Director de Comercio Exterior de Crédito y Caución, Carlos Pobre, analiza en esta columna para el Foro Español de Marcas Renombradas las luces y sombras de la exportación española. «A pesar de las dificultades y los riesgos de vender en el exterior, la cifra de exportadores se ha elevado en torno a un 50% desde el inicio de la recesión», explica.

Merece la pena leer el análisis tan certero y esclarecedor que realiza sobre la exportación en España, una asignatura todavía pendiente para muchas empresas leonesas.

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En los últimos años, centenares de empresas españolas han iniciado la búsqueda de nuevos clientes internacionales para tratar de amortiguar la caída sufrida en el mercado interior. Así, la exportación se ha convertido en una de las vías preferidas por los empresarios para sobrevivir en un entorno recesivo.

A pesar de las dificultades y los riesgos de vender en el exterior, la cifra de exportadores se ha elevado en torno a un cincuenta por ciento desde el inicio de la recesión. Por su parte, el número de empresas que han mantenido sus ventas internacionales al menos cuatro años consecutivos, con alta probabilidad de supervivencia en el futuro, ha crecido notablemente y supone un tercio del total.

Aunque las ventas españolas en el exterior se dirigen mayoritariamente a la Unión Europea, en particular a la eurozona, ratificando uno de los resultados más conocidos en el comercio internacional como es la existencia de su vinculación directa con la distancia, en los últimos años los empresarios han hecho un notable esfuerzo de diversificación. Además, y a pesar del incremento de la competencia mundial en la búsqueda de nuevos clientes, en un contexto de irrupción de nuevos exportadores procedentes de países emergentes, de atonía de la demanda tradicional y de ralentización del propio comercio internacional, la cuota de mercado de la exportación española se ha mantenido.

La recuperación de la economía española se ha debido en buena medida al sector exterior y a sus auténticos protagonistas: los 150.000 exportadores, de los cuales cabe destacar 500 multinacionales líderes, y las 10.000 compañías que se han establecido, de un modo u otro, de manera permanente en los mercados internacionales. Todos ellos han hecho un enorme esfuerzo para ganar competitividad y cuidar la calidad de sus productos y servicios, innovando y creando marcas internacionalmente reconocidas.

En términos históricos, parece que se observa un venturoso cambio de tendencia, en el que el sector exterior pudiera haberse liberado de su carácter meramente auxiliador. Desde una perspectiva microeconómica, esto supondría para las empresas el abandono de la tradicional presencia en el exterior como recurso de última instancia: exportar cuando no se puede vender lo suficiente en el mercado interior. Y, en términos macroeconómicos, contribuiría a sentar las bases para que el sector exterior se convierta de manera estable en uno de los pilares fundamentales del crecimiento; no en vano, la participación de las exportaciones de bienes y servicios en el PIB ha aumentado más de diez puntos en solo seis años, alcanzando ya un tercio, de modo que España se ha convertido en el segundo exportador en términos de PIB de los cinco grandes de la UE, por delante de Francia, Italia y Reino Unido, y solo por detrás de Alemania.

En definitiva, logros muy notables de los exportadores españoles y, por ende, de la economía en su conjunto. No obstante, para continuar avanzando de manera exitosa por la senda de la internacionalización, sería conveniente propiciar un incremento del número de exportadores estables, en particular de aquellos que venden más de 50.000 euros anuales, cuya cifra no llega al veinte por ciento, en claro contraste con las empresas que facturan al exterior menos de 5.000 euros anuales, que representan más de la mitad del total. De igual modo, a la consolidación de lo alcanzado en la internacionalización podrían contribuir, por un lado, la realización de un mayor esfuerzo en la diversificación de los destinos de exportación, especialmente de los que muestran unas mayores perspectivas de crecimiento ligados a las nuevas clases medias emergentes y a la creciente urbanización, y, por el otro, la potenciación de estrategias de cooperación entre las empresas, como modo de paliar su reducido tamaño. 

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Desde el inicio de la recesión, el comercio internacional ha venido mostrando claros signos de debilidad, especialmente en los países desarrollados, con crecimientos en relación al PIB inferiores a los que tradicionalmente se habían alcanzado. Aunque todavía no existe una posición unánime sobre si se trata de un cambio de tendencia coyuntural o estructural, sí se pueden señalar algunos elementos detrás de esta modificación del patrón del comercio mundial. Además de los factores de carácter temporal, como la debilidad de la demanda en la Unión Europea, la desaceleración de la economía china o las sanciones de carácter comercial, cabe mencionar otros de naturaleza permanente que, según las instituciones de Bretton Woods, estarían detrás de la mitad de la ralentización de los intercambios internacionales.

Entre las causas estructurales de la debilidad del comercio mundial pueden destacarse la presencia creciente de los servicios en cada vez más economías, con una menor liberalización de sus intercambios en relación con las mercancías; la debilidad de la inversión, elemento clave para el comercio, toda vez que, como resulta ampliamente conocido, es uno de los componentes del PIB con una intensidad importadora más elevada; la sustitución estadounidense de las importaciones de combustibles; el proceso de transformación iniciado en la economía china, con unos objetivos menos dependientes ya de la exportación, la inversión y la tecnología foránea, y con una relevante sustitución de importaciones; la irrupción de las nuevas tecnologías en todo el proceso productivo, particularmente sobre la base de la transferencia de datos y la impresión 3D, que posibilitan una nueva estrategia de localizaciones, con su consiguiente influjo en el acortamiento de las cadenas globales de valor y, en definitiva, en la reducción del comercio de determinados bienes; y la tentación proteccionista en un entorno de creciente competencia internacional.

En este contexto de ralentización del comercio mundial y de elevada incertidumbre geoestratégica, resulta aconsejable llevar a cabo una rigurosa gestión de los diversos riesgos internacionales que pueden poner en peligro la buena marcha de las operaciones de exportación, especialmente en los mercados emergentes. En concreto, el análisis de los riesgos de impago supone una palanca competitiva de primera magnitud, que permite guiar a los exportadores de manera segura en su búsqueda de nuevos clientes fiables, posibilitando el éxito de sus ventas en el exterior, por muy diversificadas que estén. Porque, en definitiva, exportar es cobrar.

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